[Irlanda] Hijos de un mismo Dios

Cuando me encontré de nuevo en mi habitación, supe que debía de estar soñando, ciertamente. Parpadeé varias veces, intentando localizarme, porque hasta hacía unos segundos había estado en medio de un bosque al lado de Nala, rodeada de digimons bebé. Una guardería, como solía decirles, con esos cuerpos blanditos y alegres dando graciosos saltitos, riendo, hablando y esas cosas. Pero ahora lo que veía era mi ordenador encendido, con la pantalla codificada, haciendo ese molesto ruidito que me pita en los oídos. Casi como si fuese un autómata me dirijo hacia él para apagarlo, sin entender aún demasiado lo que ha sucedido. Me doy cuenta de que debe de haber un vacío en mi memoria, un salto que he experimentado, porque no tiene sentido que haya terminado aquí cuando estaba rodeado de bolitas de varios colores, ¿verdad? O quizás estoy soñando de nuevo. Sí, debe ser eso. Un sueño en el que vuelvo a casa y todo está como siempre. Suspiro. Me giro.

Y entonces veo a Nala a mi lado, contemplándome con sus grandes ojos. En las últimas ¿semanas?, ¿meses?, que he pasado en el Digimundo ella ha cambiado mucho. Ahora es mucho más grande, lleva una extraña piel negruzca encima y su voz suena mucho más grave. Pero sigue siendo la misma criatura paciente, agradable y dulce que me recibió dando botes con su cuerpecito rojo.

Y sin saber por qué, al encontrarme con ella sonrío, porque siento que, a pesar de todo, nada puede ir mal.


Hace fresco cuando salgo a la calle, abrigado hasta el cuello. Cuando respiro sale vaho de mi boca, pero tampoco ha nevado aún, por lo que intuyo que el invierno no ha llegado. ¿Cómo es eso posible? El desconcierto me inunda mientras camino por la calle, e intento resolver los agujeros que el suceso de hoy ha dejado en mi cabeza. En primer lugar sigo sin saber cómo se ha abierto la puerta hacia el otro lado -la puerta, el camino, como sea, vamos-, aunque en realidad nunca tuve la más remota idea de cómo acabé allí. Me detengo, cierro los ojos y me masajeo las sienes; pensar demasiado nunca me ha gustado, me da dolor de cabeza, pero algo dentro de mí me dice que quizás deba seguir haciéndolo.

—Ah... qué coñazo...

El que el tiempo no parezca haber avanzado lo mismo en ambos lados también me desconcierta. Juraría que he llevado la cuenta del tiempo mientras he estado allí, y al menos han pasado dos o tres meses. ¿Cómo es que aquí no? O al menos no es esa la impresión que me ha dado, porque al pasear por casa no he visto rastro de mi madre, ni evidencias de que haya pasado por allí, así que debe seguir de viaje.

—Que coñazo...

Dirijo la mirada hacia abajo y Nala no está. He tenido que dejarla en casa porque es evidente que no debería salir a la calle. Como no va a haber peligro de que la descubran allí, le he preparado algo de comer y le he dicho que duerma un poco, porque yo realmente necesitaba salir a comprobar que no estoy alucinando ni teniendo un sueño demasiado realista. El guantazo que me he llevado al golpearme con una farola algunas manzanas atrás me lo ha confirmado. De hecho, aún me duele la nariz, que tengo enrojecida, y no por el frío.

Vuelvo a suspirar. Con lo tranquilo que estaba yo en el otro lado...

Entonces unas notas de música llegan hasta mis oídos. Al principio no las reconozco, pero poco a poco van uniéndose en mi cabeza y suena una melodía que me es ligeramente conocida. Extrañado, giro el rostro hacia el lugar de donde provienen y me encuentro con un pub. Y con un cartel. Abro los ojos de la sorpresa y me acerco a la carrera hacia el sitio, incrédulo. ¡El concierto de Ada! ¡Aún no había pasado! Las mejillas empezaron a hacer juego con mi nariz mientras esbozo una enorme sonrisa, y sin prejuicio alguno, olvidándome por un segundo de todas las incógnitas que han rodeado mi vida en los últimos meses, me lanzo hacia el interior del local, viéndola bailar sobre la barra con el violín en los brazos.

El mismo gusano que me retorció las tripas cuando descubrí que había muchas posibilidades de que fuese mi hermana me recorre el cuerpo. ¡Estoy casi temblando! Llevaba mucho tiempo nervioso por este evento, pero en el otro lado casi lo había dejado pasar, porque los días se sucedían lentamente y la posibilidad de acudir, de ver y conocerla en persona se habían esfumado. Pero ahora la tenía delante de mí, actuando como en tantas otras actuaciones, y yo no puedo dejar de sonreír como un estúpido, vibrante de felicidad. Empiezo a aplaudir con el público, a corearle, dejando de lado todo lo demás.

¡Ada! ¡Es Ada!

No recuerdo muchos momentos extraños o tristes en mi infancia, pero sí hay uno que había olvidado hasta que le veo entrar por la puerta.

Ada acaba de terminar de tocar y bailar a nuestro alrededor, y yo no puedo estar más contento, más satisfecho y más extasiado por todo. Los motivos de mis preocupaciones han pasado a un segundo plano mientras el pelo de mi hermana danza al ritmo de sus pasos y yo no hago más que sentirme orgulloso de ella, de la hermosa música que produce. Entonces un hombre hace acto de presencia en el pub. Es alto, pelirrojo y se mueve con andares de seductor que me hacen esbozar una sonrisa tonta. No le reconozco. No tengo muchos motivos para reconocerle.

Pero cuando se acerca a Ada y él le llama padre, por un segundo el tiempo se congela a mi alrededor. Por un segundo me veo siendo muy pequeño, aferrado a la pierna de mi madre, mientras ella habla fríamente con este señor frente a mí, diciendo cosas que no alcanzo a entender aunque estamos al lado. Él nos mira con indiferencia, sobre todo a mí, como si no fuese digno de su atención, y luego se marcha con un saludo dejado, casi casual, como si no fuésemos importantes.

«Padre» , pienso mientras él canta, pero no le doy más importancia al tema. Yo nunca he sido prioritario en su vida y él tampoco lo ha sido en la mía.

Por eso cuando termina su actuación, dejándole paso de nuevo a Ada, y pasa a mi lado, le una mirada casual, una breve sonrisa y un breve comentario.

—Buena canción, señor. Se nota que su hija ha heredado su talento. —Él se gira y  me mira—. Aunque si me permite, la prefiero a ella  —bromeo.  

Su presencia, su existencia, ni me altera ni me pone nervioso. Es un hombre más, como cualquier otro en la taberna. Aportó su material genético para crearme, pero nunca he tenido un padre y nunca lo tendré. Ni le odio ni le guardo rencor. Existe. Como todos los demás. Es un hecho y también una verdad. Poco más.

Sus ojos se centran sobre mí con esa misma condescendencia con la que me había mirado siendo yo un niño. No me reconoce, obviamente, aunque tampoco hace un especial esfuerzo por intentarlo, según veo. A su lado, la muchacha que le hace carantoñas me observa con más curiosidad que mi propio padre. Ese pensamiento desalentaría a cualquiera, pero a mí no me afecta demasiado. No puedo esperar mucho de una persona que renegó de mí siendo niño y que nunca ni me ha buscado ni me ha querido ni ha tenido pretensiones de hacerlo. Sólo le contemplo sonriendo, y él hace lo mismo de forma casi burlesca. De nuevo, como si yo no fuese digno de su tiempo

—Pues en eso se demuestra que puedes ser un chico medianamente listo si te lo propones. Supongo que no te habrá costado mucho llegar a esa decisión.

La joven se ríe pero le dice que es cruel conmigo innecesariamente. Yo ni me inmuto, la verdad. Sus palabras son como el agua de lluvia que cae cuando llevas paraguas. Salpica encima de mi cabeza pero ni me moja, ni me empapa, ni me cala. Sólo resbala hacia el suelo y se pierde en pequeños riachuelos bajo mis pies. Me pregunto si será consciente de que su comentario no me ha hecho ningún efecto.

—No mucho, no —alzo los hombros—. No tengo por costumbre fijarme más de lo necesario en nada que pueda desarrollar barba, por muy bien que canten o por muy atractivos que resulten. Y ahora, si me disculpa…

Sin siquiera esperar a que me responda me pierdo entre la multitud de nuevo, esperando que mi cabeza desaparezca de su campo de visión. No me apetece hablar más con él, la verdad. Es, reutilizando la metáfora, como oír agua caer. Tengo mejores cosas que hacer con Ada cantando en ese local que prestarle atención a alguien para quien no soy más que un simple despojo irlandés. Pero me sonrío de forma estúpida al pensar que en algo debo de parecerme, porque mi respuesta ha sonado bastante como la suya.

El concierto continúa y yo sigo centrado en lo que realmente me importa: mi hermana. Baila, canta y toca el violín tan maravillosamente como siempre. Estaría escuchándola todo el día, y supongo que una de las ventajas de haber regresado es que realmente puedo hacerlo. Aplaudo y canto junto a ella, feliz. Pronto el encuentro con mi padre queda como algo más anecdótico que otra cosa, pero algo de lo que no pienso hablarle a mi madre cuando la vea, porque no quiero que se enfade o que se ponga triste.

Al finalizar su actuación, espero pacientemente a que la gente que se acerca a ella en la barra se marche, pues quiero saludarle, al menos. Me aproximo en relativo silencio –teniendo en cuenta que el local está yendo de ruidos–, algo nervioso, eso sí, y veo cómo separa el rostro de algo que me resulta ligeramente familiar. Mi digivice está en el bolsillo de mi pantalón, y por alguna razón que desconozco una fuerza desconocida me lleva a tocarlo con los dedos segundos antes de dirigirle la palabra. Será que me ha recordado a mi propio dispositivo…

—¡Hola, Ada Hunter! —Levanto la mano con una sonrisa y me siento a su lado sin pedir permiso. Estamos en una barra y no hay por qué tomarse esas ceremonias. Pienso yo—. Ha sido una estupenda actuación, como siempre. Me llamo Richard Markey. —Le tiendo la mano mientras en los labios me arde un ‘soy tu hermano’ que no debo de pronunciar. No al menos en estos momentos.

La voz de Ada cuando habla no suena igual cuando canta. No demasiado. No es como si fuese escuchar a dos personas completamente diferentes, pero hay un cierto cariz que marca la pequeña diferencia que existe. Sus ojos se centran en mí con interés. Yo bajo la mano, colocando ambas sobre el taburete, y sonrío. Siempre sonrío. Estoy más nervioso de lo que puedo aparentar, pues no todos los días se conoce a tu medio hermana a la que además admiras como artista, pero siempre he sabido mantener la calma en situaciones que pueden considerarse estresantes, y esta no va a ser la excepción que marque la regla.

Suspiro de forma lenta antes de hablar, tomándome unos segundos para pensar qué decirle. Tampoco me entretengo demasiado porque no quiero que se aburra y abandone la conversación, pero es difícil escoger un tema que no vaya directamente a lo que en realidad me muero por decirle. Es curioso el hecho de que mi padre no me importa absolutamente para nada; es como un extraño más en esta masa de humanos, sudorosa, que ingiere alcohol para reírse de sus penas o quizás para ahogarlas lejos de sus lágrimas. Y sin embargo, desde el primer momento en que supe que Ada y yo éramos hermanos, ella me importa de verdad. Quizás porque muy en el fondo siento que los dos somos víctimas de un placer culpable. La única diferencia es que, al parecer, ella sí que es del interés de nuestro progenitor, mientras que yo no soy más que un extraño en esta masa de humanos.

—Puedes alegrarme la noche con tu compañía —le digo sin tapujos, con simpleza y de forma llana, desde el corazón—. Lo cierto es que siempre había querido conocerte, y nunca pensé que llegaría a conseguirlo, porque nunca he salido de Irlanda —al menos no en el mundo de los humanos— y tú no habías pisado la Isla Esmeralda hasta el momento. —Vuelvo a sonreír, aunque creo que en realidad nunca he dejado la mueca de lado—. Así que si me lo permites, si quieres, me gustaría conocer a Ada lejos del violín.

Sencillamente, conocer a mi hermana.

Los segundos se suceden de una forma tan lenta que es casi agónico, pero mantengo la compostura en todo momento. Aunque en realidad casi se podría decir que tengo hasta ganas de vomitar de lo nervioso que estoy. Ada me observa, como si quisiese desentrañar algún misterio en mi rostro, pero yo no cambio de mueca y sólo espero. Espero. Espero. Entonces habla de nuevo, y yo sonrío todavía más, porque ha aceptado mi oferta de pasar algún tiempo conmigo. Probablemente muchos chicos me matarían por culpa de la envidia que podría llegar a despertar, pero a mí eso tampoco me importa. ¡Ada ha dicho que sí! Mi hermanita quiere estar algún rato conmigo. Si Nala estuviese aquí seguro que se alegraría mucho por mí. Aunque no por lo de Nala.

Le devuelvo la sonrisa mientras tomo su mano, tan pequeña, blanca y suave. Me pregunto tantas cosas sobre ella. Quién es su madre. De dónde es. Qué ha estado haciendo todo este tiempo. Si nuestro padre es tan cretino como parece... Todas esas preguntas y más me rondan la cabeza mientras nos dirigimos a la salida, si bien la más importante es a dónde puedo llevarla en Dublín que sea bonito. No quiero que mi hermana vea la cara sucia de esta ciudad, ni quiero llevarla por calles donde haya compras o música, aunque creo que eso podría llegar a gustarle. Pero en el fondo tengo la impresión de que, en cierto modo, Ada es como yo. Le gustan los sitios tranquilos, y aunque está un poco lejos, una idea surge en mi mente repentinamente.

—Es una noche fresca pero agradable. —Miro al cielo—. No creo que vaya a llover hoy e incluso se ven estrellas. Ven, te llevaré a uno de mis sitios preferidos, aunque hay que caminar un poco. —Empiezo a andar, aún con los nervios agolpándose en la boca de mi estómago—. Me ha gustado mucho el concierto. Menos mal que he llegado a tiempo, porque casi me lo pierdo. —De pronto me parece que todo lo que puedo decirle es estúpido, anodino y que carece de interés, y eso me desconcierta. Pocas veces me importa que mi conversación no sea interesante, pero no quiero que Ada se lleve una mala impresión de mí. Introduzco las manos en los bolsillos y respiro profundamente, buscando algún tipo de iluminación divina que me diga de qué hablar con ella—. ¿Sabes? Yo... tengo una hermana. — Las palabras salen solas de mi boca, sin que pueda detenerlas—.  Aunque ella no sabe ni quién soy ni que existo, pero yo sí que sé de ella. Y tu música... tu música siempre me ha ayudado a sentirme cerca, a su lado. Tengo la oportunidad de conocerla y de hablar con ella pero estoy tan aterrado... —río como un idiota—. Sin embargo no es eso lo que quería decirte. Ni siquiera creo que te importe, en realidad. Sólo... sólo quería darte las gracias por existir, y por haberte dedicado a la música. Me has ayudado mucho, y creo que ayudas mucho a las personas. Y creo que es algo maravilloso. ¿Sabes?— Suspiro de nuevo—.  Una vez dicho todo esto, ¿por qué no me cuentas algo de ti? Además de que te llamas Ada Hunter, que tu padre estaba en la taberna y que tocas el violín. Si quieres, claro.

Sonrío cuando me da las gracias, y aunque siento que no tiene nada que agradecer, no lo digo. La gente no suele entender que yo no digo las cosas por cortesía, ni por buscar ese tipo de respuesta en los demás. Las digo porque las siento, porque para mí son verdad. Sin embargo me resultó más sencillo aprender que los demás se sienten más cómodos pensando eso que contándoles la verdad. No me gusta mentir, pero también soy una persona adaptable, así que únicamente me limito a asentir con la cabeza, a decir de nada y a continuar charlando. En este caso, no obstante, escuchando a Ada.

—Bueno, en mi caso mi padre no ha formado parte de mi vida, precisamente, y la verdad es que tampoco le echo de menos. Le he tenido delante de mí y ni me ha reconocido. No es más que un hombre como otro cualquiera. Así que soy yo el que no puede ayudarte en eso.

Su revelación hace que me estremezca por dentro. Es algo íntimo y precioso que probablemente no todo el mundo sabe al respecto, y eso me hace sentir que se ha establecido una especie de ‘conexión’ entre nosotros. La simple idea me hace sonreír como un idiota, pero intento no parecer un idiota pirado que va a saltar sobre ella o algo parecido. Que no es la primera vez que me dicen que parece que he estado fumando o algo por el estilo. Es que resulta complicado, no obstante, no sentirse algo enternecido por lo que Ada me ha contado sobre su música. Condicionados desde el minuto en el que nacemos… Lo cierto es que no discrepo tanto con ella como podría llegar a parecer, porque tiene mucha razón. Y no sólo en eso, la verdad.

—Es una hermosa forma de querer cambiar el mundo. —Eso podría explicar por qué en todo momento sentí ganas de lanzarme hacia ella para revelarle mi identidad—. ¡Y pacífica! Mejor eso que con armas —río—. Pero estoy de acuerdo contigo. Ni siquiera podemos ser sinceros, ni con el resto ni con nosotros mismos, y cuando lo eres te llaman raro —le observo—. El truco está en saber lidiar con ello, asumirlo y dejarlo pasar, si no tienes una música maravillosa que es capaz de impulsar a los demás —digo con sinceridad—. Yo me dejo llevar por el viento, como las nubes, y ya está.

Vamos callejeando hacia Grafton Street, pero no hacia la parte comercial, sino al final, hacia el St Stephens Green, uno de los parques, para mi gusto, más bonitos de la ciudad. No es tan grande como el Phoenix Park, pero cuando quiero tranquilidad me dirijo hacia allí, me dejó llevar –como las nubes–, y lo recorro sin pensar, sin cavilar. Sólo camino y nada más.

Pronto aparece el verde brillante de sus árboles, de su hierba, y me giro hacia mi hermana con los ojos brillantes, esperando que le guste. Nos adentramos lentamente, yo con las manos en los bolsillos, y pienso. Pienso hasta que mi boca vuelve a hablar sola.

—¿Sabes? Tienes razón con respecto a lo de mi hermana; tendría que tantear sus sentimientos, pero tienes que reconocer que no es sino extraño que alguien se te plante un día delante de ti y te pregunte cosas al respecto. O te diga ‘ey, soy tu hermano perdido’. Yo no sé qué haría. ¿Tú cómo reaccionarías?

Es una forma estúpida de intentar explorar el terreno, y los latidos del corazón aumentan un poco cuando lo pregunto, pero ya está lanzado al aire. Quiero saber qué piensa, si lo creería, si quiere tener algo parecido a un hermano mayor en su vida…