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FANFIC : Memorias
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FANFIC : Memorias
PRÓLOGO:
Recuerdo a mi abuelo emborrachándose la noche que murió mi abuela… Ese olor a coñac que desprendía era inconfundible. Yo apenas tenía seis años, pero era consciente de ello.
Recuerdo también la de veces que mi padre me repetía que no fumara cuando él a escondidas lo hacía…
Recuerdo que mi madre me decía que no tomara drogas, cosa que yo observaba continuamente. En aquella habitación que olía a marihuana mezclada con vodka…
Recuerdo que me gustaban mucho los peluches y las joyas que me regalaban por cada cumpleaños que pasaba.
Ahora, a mis dieciocho años de edad puedo hacer lo que sea: tomar alcohol, fumar o drogarme, pero no quiero ser como esos ejemplos que murieron en mi mente. No. No quiero ser como ellos.
Me he prometido a mí misma que jamás, por muy mal que me vayan las cosas, nunca acabaré como ellos.
Ya es hora de que comience mi viaje al pasado…
CAPÍTULO 1:
No es que tuviera una infancia desgraciada, es solamente que no me gusta recordar al pasado, pero esta vez podré hacer una excepción.
Mi infancia a partir a de los seis años es cuando yo recuerdo… Mi abuela se murió al yo cumplir mis años. Fueron unos años muy infelices… Que yo recuerde, cuando mi abuela murió, mi abuelo se emborrachaba continuamente con ese olor a coñac que desprendía. Aunque sabía que el abusar del alcohol era algo que no le convenía mucho a su salud, pensaba que dando un buen trago de una botella cualquiera que fuese, conseguiría olvidar a mi abuela y sus otras penas y preocupaciones de la vida.
Pero a pesar de lo malo que estaba por la pérdida de un familiar, que era su esposa y por tanto mujer, yo pensaba que no era necesario emborracharse todas las noches
Pero eso no es todo. Yo a mi abuela la quería, la quería mucho… Recuerdo cuando siempre nos llevaba a mí y a mis padres a un parque lleno de palomas, a las cuales alimentábamos. Yo me divertía mucho por aquel entonces, me acuerdo de cuando las perseguía y ellas volaban asustadas. Pero eso se quedó en un recuerdo, que jamás volverá; no volveré a ese parque, al menos con mi abuela… No volveré a perseguir a las palomas, no volveré a hacerlo como si fuera una niña pequeña acompañada de su abuela, ya que no tengo.
Ahora, me dirijo a casa de mi abuelo, quiero hacerle compañía y convencerle de que, de una vez por todas, deje la bebida.
Llamo al timbre. Nada. Silencio. Vuelvo a llamar varias veces más, pero nadie me abre. Para mi sorpresa, no me percaté de un detalle antes; la puerta está abierta. Entro sin temor, esperando que mi abuelo esté tumbado en el sofá o en un sillón o sentado en una silla bebiendo, como es su costumbre, pero me equivoco.
Me lo encuentro tirado en el suelo, con la media botella de vodka en su mano izquierda y su copa a rellenar en la mano derecha.
- ¡Abuelo!
No me da tiempo a reaccionar, busco en la cocina el teléfono de una ambulancia, la verdad es que estoy tan nerviosa que no sé por dónde empezar, ¿empiezo por la nevera? ¿El pequeño desván? ¿O tal vez no sea en la cocina donde tengo que buscar? No puedo pensar, estoy bloqueada. Intento calmarme, pero no puedo… De repente veo algo en el pequeño desván detrás de la escalera, es un número, el número de la ambulancia. Cojo el teléfono supletorio que hay en el piso de arriba, marco el número y nadie me coge el teléfono. Cuando ya no albergo ninguna esperanza, cuando creo que todo ha acabado y que mi abuelo va a morir delante de mí, alguien descuelga el teléfono al otro lado del auricular.
- ¿Hola?
- ¡Hola! - digo alarmada, apenas se distinguen mis palabras de los nervios que tengo- Tienen que venir, rápido, por favor, mi abuelo se está muriendo
- Cálmese señorita, dígame la dirección.
- Está bien. – respiro hondo, suelto el aire y hablo alto y claro- Calle Villa Mariposa número 2
- Enviaremos una ambulancia, gracias por llamar
- ¡Dense prisa!
La ambulancia llegó. Ingresaron a mi abuelo en un hospital, al parecer le había dado un coma etílico.
La ambulancia llegó. A mi abuelo le pusieron una máquina para medirle el pulso.
La ambulancia llegó. Mi abuelo enchufado a una máquina, sin abrir los ojos.
La ambulancia llegó, pero ya era demasiado tarde, mi abuelo había muerto.
Triste, desolada, con la cara descompuesta me dirigí a casa de mis padres, a darles la noticia. No conseguí reaccionar pasadas las veinticuatro horas siguientes. Recuerdo que por primera vez vi a mi padre llorar, espero que esto le sirva de lección para dejar el tabaco y a mi madre también para las drogas.
Mantuvimos una discusión, mi padre acabó dándole porrazos a todo lo que estaba por delante de él, incluso a mi madre; solamente cuando lo inmovilicé se calmó. Fue por el tema por el que siempre discutíamos las cosas como drogas, tabaco y alcohol no daban la felicidad.
Mi padre mantenía la postura de que no era malo, y que siempre te encontrarías salvo en esas cosas, que sí daban la felicidad. No respondí, dejé que mi madre hablase, cosa que no debería haber hecho porque la siguiente reacción de mi padre fue tirar un jarrón, un jarrón que tenía mucho valor para ella y para mí: era un regalo de mi bisabuela, la madre de mi abuela fallecida, de cuando fue a China.
No era un jarrón cualquiera, era un jarrón diferente a los demás, con curvas que parecían femeninas y detalles que creía que un pincel no podía hacer. Aquel jarrón quedó reducido a pedazos, lo único que queda de él en mi habitación (y que no está partido por la mitad) es un petirrojo que tiene notas musicales alrededor suyo. De pequeña siempre me han gustado los pájaros y siempre los había admirado: siguen sus propias normas: libres.
Siempre me he cuestionado la misma pregunta ¿qué es la libertad?, pero sigo sin hallar respuesta.
La pelea continuaba. Mi madre huía como podía, siempre con la misma expresión en la cara; no podía creer que la rabia que contenía su marido bajo los efectos del tabaco y alcohol se volviera ahora contra ella.
¡Pam!
Primer golpe en la cara de mi madre, tiene ahora el labio sangrando, yo me quedo paralizada sin hacer nada, aun que pienso que en realidad se lo merece, intento hacer algo, pero mis articulaciones no responden
¡Pam!
Segundo golpe: costillas. Al juzgar por su expresión, alguna se le ha roto, lo percibo por una mueca de dolor que se dibuja en su rostro.
Antes de llegar el tercero, le cojo el brazo a mi padre y lo intento inmovilizar, aunque sus musculosos brazos tienen más fuerza que yo y me da una bofetada en la cara que hace que mi boca sepa a sangre mientras grita: “¿Qué coño haces, puta?”.
Él nunca me ha hablado nunca así, pero sé que ahora no es mi padre, es un títere bajo los efectos de las drogas más codiciadas de hoy en día: tabaco y alcohol.
Antes de ponerme a analizar las palabras de mi padre le sujeté por los hombros y después lo tiré al suelo como a mí me tiraban en el colegio, dándole una patada en los gemelos. Una vez que lo reducía al suelo lo inmovilicé por completo.
Poco a poco, con cada palabra le iba calmando, noté su corazón palpitante en su pecho por culpa de esas codiciadas drogas y el subidón de adrenalina que había sentido por culpa de éstas.
No quería ver a mi padre enfrentándose en un juzgado y siendo declarado culpable por mi madre, me niego. Le digo que se mantendrá en secreto, confío en el dándole una segunda oportunidad.
Ahora me dirigía a mi casa, una casa pequeña situada al lado del mar. Me encantaba escuchar en silencio el rumor de las olas y como el viento susurraba. Mi gato, el Sr. Miau siempre me consolaba cuando estaba triste. Lo cogí y lo abracé como si fuera mi única compañía, puede que eso fuera verdad.
La mañana siguiente fue un tanto extraña, por primera vez el Sr. Miau me despertó lamiéndole la mejilla izquierda, ya que siempre dormía hacia el lado derecho. Me puse las zapatillas y le serví su cuenco con un poco de comida para gatos. Me pareció verle hacer un gesto de desaprobación, así que le eché pescado crudo en vez de esa comida; la verdad nunca me había preguntado a qué sabía. Siempre he tenido la curiosidad de saberlo.
Cogí un poco de comida para gatos y la probé… ¡Puaj! ¡Estaba asquerosa! Ahora comprendo por qué casi todos los gatos de barrio (que tienen dueños) están en los huesos, es porque no le gusta la comida en lata ni en sobre, no la soportan.
Mi desayuno era el típico “desayuno americano”: Huevos fritos o revueltos, salchichas y una chapata medio tostada. Recuerdo cuando mi padre siempre me compraba pan y lo hacíamos en casa, aquel pan calentito cuyo sabor se desprende en la boca, aquel pan que siempre tostaba más de la cuenta, aquel al que le tenía que quitar con un cuchillo las partes negras que estaban quemadas.
Mi universidad estaba cerca de mi casa, se tardaba diez minutos andando. Dudé un poco si ir o no este día porque lo que había pasado… Mis padres y mi abuelo… No me sentí capaz al principio pero luego algo me hizo cambiar de opinión.
Me encaminaba a la universidad cuando alguien me detuvo. Volví la cara hacia la derecha, era mi compañero de clase, era como un hermano para mí.
- ¡Hola!
- Hola- respondí sin mucho ánimo
- ¿Te pasa algo?- dudé un poco sobre si contarle o no el día de ayer, pero cuando me decidí a hacerlo me dije a mi misma que aquello no era una buena opción.
- No, es solo que no he dormido esta noche.
- ¿Y eso?- otra vez ese sentimiento de “cuéntaselo/ no se lo cuentes”. Me decidí por la segunda opción. Intenté inventarme una excusa
- El bebé de la vecina no ha parado de llorar en toda la noche.
- Pobre. Te comprendo- a lo que comprendía era a mi excusa no a mi. No sabía lo que en realidad me había pasado.- Bueno, ahora si eso te duermes un poco en clase de Filosofía.- cuando dijo esa frase por un momento me olvidé de lo que había pasado, pero no lo suficiente, así que sólo esbocé una sonrisa.
- Es verdad, el Señor Peterson es tan aburrido que cualquiera se duerme.
- Te veo después. Adiós
- Adiós- digo en un murmuro que no se escucha.
Llego a clase, lo primero que hago hoy y siempre es saludar de mala gana al que siempre me espera en la puerta para que pase bajo su brazo. Rubio, ojos verdes, cuerpo musculoso, capitán de boxeo… Ideal para cualquier animadora, pero no para mí.
- Hola, guapa
- Deja de llamarme así Brad, no soy tu novia
- Pero pronto lo serás- me guiña un ojo. Aparto la mirada y sin darme cuenta una lágrima cae por mi mejilla. Él enseguida se da cuenta.- ¿Ocurre algo, preciosa?- Su tono parece por una vez sincero y abierto a escuchar, pero no me fío, es popular y seguro que se lo acaba diciendo a los demás, no, paso de las confianzas. Paso de que todo el mundo se entere de lo que me pasa y se preocupen por mí. Quiero que todo siga como es ahora.
- Nada
- Ven aquí- En ese mismo instante me abraza y siento su corazón latiendo como si fuera un metrónomo. Podría tocar el piano con su corazón como guía. Me quedo fría, inmóvil, sin hacer nada, ya que el último abrazo que recibí me lo dio mi abuelo, ahora muerto. Muerto. Esa es la palabra que buscaba para definir como me siento en este momento. Sin embargo de que Brad se esfuerza un poco para hacerme sentir mejor y lo consigue.- ¿Mejor?- dice él todavía abrazándome.
Asiento y el me suelta de su cálido abrazo. Nunca había sido tan sincero conmigo, nunca, siempre estaba de cachondeo con sus amigos cuando habla de mí, hoy ha sido el único día que me ha convencido de que puedo contar con el.
- Gracias- Le digo, nada más. No quiero ponerme romántica ni simpática con el. No estoy de ánimo para eso.
Me dirijo a mi banca, donde me espera la presumida y súper pija de Sonia. Es la hermana de Brad, aunque, por lo que acaba de pasar no se parecen en nada. Ella: Siempre intentando fastidiarme. Él: Persona en la que probablemente confíe si sigue así.
Sonia seguramente habrá visto lo que ha pasado entre su hermano y yo, pronto me interrogará.
- ¿Te gusta mi hermano?
- No, ¿por qué lo dices?
- Venga ya, no soy tonta.
- Pues parece que si.
- ¿Quién te crees que eres para hablarme así?
- Soy distinta a ti. Con eso me basta. – ya se acabó de ir escondiéndose de la gente. Ya se acabó. No puedo aguantar más, Algún día había que salir de ese caparazón que me tiene atrapada, aquel que defino como “miedo a lo que digan de mí”. Ella, cegada por la rabia me da un empujón. Me caigo al suelo mientras los demás gritan: “¡Pelea!”. Es lo que esperan, pero yo no pienso obedecer sus órdenes, no soy un muñeco sin sentimientos.
Me levanto del suelo. Recibo otro empujón pero esta vez no caigo. Me voy. No aguanto ni un segundo más, además estoy a punto de llorar, no quiero que los demás crean que soy una chica débil. Por ahora no. No quiero que Brad se preocupe por mí. Él sale corriendo detrás de mí y me agarra por el brazo. Enseguida lo aparto.
Me dirijo a mi casa, concretamente a mi cuarto. Me tumbo en la cama, todavía con ese olor de “dormilona” que me identificaba cuando era pequeña. Mi refugio, mi cuartel, mi sitio donde me escondo cuando tengo miedo o estoy “de bajona”, mi cuarto. Y espero a que allí “el peligro pase”. Peligro que en realidad no es ninguno, es solo la tristeza que me invade al recordar que vi morir a mi abuelo delante de mí y también vi como mi madre era maltratada por mi padre.
El Sr. Miau viene a consolarme enseguida. Acaricio su lomo pardo mientras el ronronea.
Me decido conectar a Facebook para ver si tengo algún mensaje, mensaje que borraré, no quiero sufrir más. Cuando inicio mi sesión lo único que tengo es una petición de amistad de Brad. Siempre he rechazado sus peticiones… Pobre, ni siquiera le he dado una mísera oportunidad; esta vez, sin dudarlo, la acepto.
De repente tengo una conversación abierta en el chat. Es él. Empieza con un “¿Cómo te encuentras?”. No sé que responder. La verdad es que me encuentro más bien mal pero no quiero que se preocupe demasiado por mí, que no sea sobre protector. Dudo un poco si contestar o no. Respondo. “Mal”. El me salta con un “¿por qué?”, yo le contesto: “cosas de la vida, no lo entiendes” y la verdad, espero que nunca lo entienda, no quiero profundizar lazos de amistad ni de amor con nadie.
Parece que el quiere que se lo cuente pero yo no quiero. Insiste. Hasta que le cuento una mentira que lo tranquiliza. Le digo que todo es por el numerito que su hermana ha montado. Él me dice que no me preocupe, que todo saldrá bien, que ella siempre es así… Todas las cosas que me dice son similares, pero aún así hay algo que sí me sirve para aplicarlo a la realidad de la cual quiero huir: “Tienes que enfrentarte a tus miedos para seguir adelante”. Esas palabras me hicieron reflexionar bastante. Jamás pensé que fuera capaz de decirme eso, al menos no a mí.
Me tumbo en la cama de nuevo, esta vez con mi portátil. Sigo hablando con Brad. Hasta que me quedo dormida. Lo único que recuerdo es que me dijo “cuídate” antes de desconectarse.
Los bigotes del Sr. Miau me despiertan. No puede ser, me he dormido y no he ido a la universidad… Da igual, de todas maneras tampoco iba a hacer mucho allí.
Me dirijo al baño. Sé que he estado llorando, el maquillaje me delata; odio ser tan débil, odio intentar aparentar siempre que soy una chica fuerte cuando en realidad me derrumbo por nada. Me limpio la cara con un paño húmedo.
Alguien llama a la puerta, seguro que es mi amigo. Abro, para mi sorpresa es Brad.
- Hola, ¿puedo pasar?
- Si, claro- La puerta se cierra detrás de nosotros. Oigo el leve portazo que doy, aunque parece que él no se ha dado cuenta.
- ¿Qué tal estas?
- ¿Por qué has venido?- Parece que esa pregunta le sorprende un poco, se sonroja y aparta la mirada.
- Anoche cuando me despedí no me respondiste, y estaba un poco preocupado.
- No tenías por qué.
- Lo estaba, siento si me molesto, si quieres me voy.
- No hace falta…- cambio de tema e intento ser un poco más amable- ¿Quieres beber algo?
- ¿Tienes cola-loca? – sé que se refiere a la coca-cola, es una broma que hace siempre que una chica le gusta de... ¿Cómo? Espera… ¿Le gusto de verdad?
- Si, claro- Respondo tartamudeando al enterarme de la noticia.
- ¿Ocurre algo?
- No es nada, enseguida vuelvo.
Afortunadamente voy a la cocina mientras que una sonrisa dibuja mi rostro. Le gusto, siempre que hace esa broma es porque alguien le gusta de verdad. Pensaba hasta ahora que era una broma. Espera. ¿Y si solamente quiere ser amable conmigo y para que yo esté alegre me ha hecho esa broma? La sonrisa de niña tonta y enamorada desaparece. El Sr. Miau me dice que es hora de preparar las bebidas. Asiento.
Voy hacia el salón, veo que Brad ahora está sentado. Llevo su coca-cola en la mano izquierda y en la mano derecha un vaso. Lo pongo levemente sobre la mesita central de la sala. Le empiezo a servir la coca-cola cuando el me detiene y me dice que ya lo hace él. Se termina de servir la cola y me ofrece. Niego con la cabeza y él comienza a beber hasta que se acaba el líquido que contenía el vaso.
- Verás, yo… - comienza. Seguramente será un “no te quiero”, “no te defenderé”, “quiero que sepas que no eres mi amiga”, “sólo estaba jugando contigo”, etcétera.
Me confundo. Y veo que no he acertado, que no siempre acierto, me he equivocado. No puedo reaccionar, sus palabras me han dejado helada. Ha pronunciado las palabras mágicas que derriten a cualquier chica: “Te quiero”
Corro a sus brazos, pero algo me detiene… Su móvil vibra, alguien le llama. Me dice que espere un segundo y yo lo hago. Sirvo el resto de la coca-cola y me lo bebo. Antes de que se dé la vuelta para ver cómo estoy, me voy a mi cuarto, tengo ganas de gritar, de decirle al mundo lo que siento, pero antes de hacer nada bajo las escaleras apresuradamente y me encuentro de nuevo con él. Le doy un abrazo. Abrazo el cual refleja confianza, amor, amistad… Eso es lo que desprende su calor.
Veo como sus labios se acercan a los míos y no me lo puedo creer, mi primer beso de verdad… Esto es como en las películas… Pero, cuando estoy a punto de corresponder me besa la nariz, se sonroja apartándose y sonríe. Sonrío a su vez.
Recuerdo a mi abuelo emborrachándose la noche que murió mi abuela… Ese olor a coñac que desprendía era inconfundible. Yo apenas tenía seis años, pero era consciente de ello.
Recuerdo también la de veces que mi padre me repetía que no fumara cuando él a escondidas lo hacía…
Recuerdo que mi madre me decía que no tomara drogas, cosa que yo observaba continuamente. En aquella habitación que olía a marihuana mezclada con vodka…
Recuerdo que me gustaban mucho los peluches y las joyas que me regalaban por cada cumpleaños que pasaba.
Ahora, a mis dieciocho años de edad puedo hacer lo que sea: tomar alcohol, fumar o drogarme, pero no quiero ser como esos ejemplos que murieron en mi mente. No. No quiero ser como ellos.
Me he prometido a mí misma que jamás, por muy mal que me vayan las cosas, nunca acabaré como ellos.
Ya es hora de que comience mi viaje al pasado…
CAPÍTULO 1:
No es que tuviera una infancia desgraciada, es solamente que no me gusta recordar al pasado, pero esta vez podré hacer una excepción.
Mi infancia a partir a de los seis años es cuando yo recuerdo… Mi abuela se murió al yo cumplir mis años. Fueron unos años muy infelices… Que yo recuerde, cuando mi abuela murió, mi abuelo se emborrachaba continuamente con ese olor a coñac que desprendía. Aunque sabía que el abusar del alcohol era algo que no le convenía mucho a su salud, pensaba que dando un buen trago de una botella cualquiera que fuese, conseguiría olvidar a mi abuela y sus otras penas y preocupaciones de la vida.
Pero a pesar de lo malo que estaba por la pérdida de un familiar, que era su esposa y por tanto mujer, yo pensaba que no era necesario emborracharse todas las noches
Pero eso no es todo. Yo a mi abuela la quería, la quería mucho… Recuerdo cuando siempre nos llevaba a mí y a mis padres a un parque lleno de palomas, a las cuales alimentábamos. Yo me divertía mucho por aquel entonces, me acuerdo de cuando las perseguía y ellas volaban asustadas. Pero eso se quedó en un recuerdo, que jamás volverá; no volveré a ese parque, al menos con mi abuela… No volveré a perseguir a las palomas, no volveré a hacerlo como si fuera una niña pequeña acompañada de su abuela, ya que no tengo.
Ahora, me dirijo a casa de mi abuelo, quiero hacerle compañía y convencerle de que, de una vez por todas, deje la bebida.
Llamo al timbre. Nada. Silencio. Vuelvo a llamar varias veces más, pero nadie me abre. Para mi sorpresa, no me percaté de un detalle antes; la puerta está abierta. Entro sin temor, esperando que mi abuelo esté tumbado en el sofá o en un sillón o sentado en una silla bebiendo, como es su costumbre, pero me equivoco.
Me lo encuentro tirado en el suelo, con la media botella de vodka en su mano izquierda y su copa a rellenar en la mano derecha.
- ¡Abuelo!
No me da tiempo a reaccionar, busco en la cocina el teléfono de una ambulancia, la verdad es que estoy tan nerviosa que no sé por dónde empezar, ¿empiezo por la nevera? ¿El pequeño desván? ¿O tal vez no sea en la cocina donde tengo que buscar? No puedo pensar, estoy bloqueada. Intento calmarme, pero no puedo… De repente veo algo en el pequeño desván detrás de la escalera, es un número, el número de la ambulancia. Cojo el teléfono supletorio que hay en el piso de arriba, marco el número y nadie me coge el teléfono. Cuando ya no albergo ninguna esperanza, cuando creo que todo ha acabado y que mi abuelo va a morir delante de mí, alguien descuelga el teléfono al otro lado del auricular.
- ¿Hola?
- ¡Hola! - digo alarmada, apenas se distinguen mis palabras de los nervios que tengo- Tienen que venir, rápido, por favor, mi abuelo se está muriendo
- Cálmese señorita, dígame la dirección.
- Está bien. – respiro hondo, suelto el aire y hablo alto y claro- Calle Villa Mariposa número 2
- Enviaremos una ambulancia, gracias por llamar
- ¡Dense prisa!
La ambulancia llegó. Ingresaron a mi abuelo en un hospital, al parecer le había dado un coma etílico.
La ambulancia llegó. A mi abuelo le pusieron una máquina para medirle el pulso.
La ambulancia llegó. Mi abuelo enchufado a una máquina, sin abrir los ojos.
La ambulancia llegó, pero ya era demasiado tarde, mi abuelo había muerto.
Triste, desolada, con la cara descompuesta me dirigí a casa de mis padres, a darles la noticia. No conseguí reaccionar pasadas las veinticuatro horas siguientes. Recuerdo que por primera vez vi a mi padre llorar, espero que esto le sirva de lección para dejar el tabaco y a mi madre también para las drogas.
Mantuvimos una discusión, mi padre acabó dándole porrazos a todo lo que estaba por delante de él, incluso a mi madre; solamente cuando lo inmovilicé se calmó. Fue por el tema por el que siempre discutíamos las cosas como drogas, tabaco y alcohol no daban la felicidad.
Mi padre mantenía la postura de que no era malo, y que siempre te encontrarías salvo en esas cosas, que sí daban la felicidad. No respondí, dejé que mi madre hablase, cosa que no debería haber hecho porque la siguiente reacción de mi padre fue tirar un jarrón, un jarrón que tenía mucho valor para ella y para mí: era un regalo de mi bisabuela, la madre de mi abuela fallecida, de cuando fue a China.
No era un jarrón cualquiera, era un jarrón diferente a los demás, con curvas que parecían femeninas y detalles que creía que un pincel no podía hacer. Aquel jarrón quedó reducido a pedazos, lo único que queda de él en mi habitación (y que no está partido por la mitad) es un petirrojo que tiene notas musicales alrededor suyo. De pequeña siempre me han gustado los pájaros y siempre los había admirado: siguen sus propias normas: libres.
Siempre me he cuestionado la misma pregunta ¿qué es la libertad?, pero sigo sin hallar respuesta.
La pelea continuaba. Mi madre huía como podía, siempre con la misma expresión en la cara; no podía creer que la rabia que contenía su marido bajo los efectos del tabaco y alcohol se volviera ahora contra ella.
¡Pam!
Primer golpe en la cara de mi madre, tiene ahora el labio sangrando, yo me quedo paralizada sin hacer nada, aun que pienso que en realidad se lo merece, intento hacer algo, pero mis articulaciones no responden
¡Pam!
Segundo golpe: costillas. Al juzgar por su expresión, alguna se le ha roto, lo percibo por una mueca de dolor que se dibuja en su rostro.
Antes de llegar el tercero, le cojo el brazo a mi padre y lo intento inmovilizar, aunque sus musculosos brazos tienen más fuerza que yo y me da una bofetada en la cara que hace que mi boca sepa a sangre mientras grita: “¿Qué coño haces, puta?”.
Él nunca me ha hablado nunca así, pero sé que ahora no es mi padre, es un títere bajo los efectos de las drogas más codiciadas de hoy en día: tabaco y alcohol.
Antes de ponerme a analizar las palabras de mi padre le sujeté por los hombros y después lo tiré al suelo como a mí me tiraban en el colegio, dándole una patada en los gemelos. Una vez que lo reducía al suelo lo inmovilicé por completo.
Poco a poco, con cada palabra le iba calmando, noté su corazón palpitante en su pecho por culpa de esas codiciadas drogas y el subidón de adrenalina que había sentido por culpa de éstas.
No quería ver a mi padre enfrentándose en un juzgado y siendo declarado culpable por mi madre, me niego. Le digo que se mantendrá en secreto, confío en el dándole una segunda oportunidad.
Ahora me dirigía a mi casa, una casa pequeña situada al lado del mar. Me encantaba escuchar en silencio el rumor de las olas y como el viento susurraba. Mi gato, el Sr. Miau siempre me consolaba cuando estaba triste. Lo cogí y lo abracé como si fuera mi única compañía, puede que eso fuera verdad.
La mañana siguiente fue un tanto extraña, por primera vez el Sr. Miau me despertó lamiéndole la mejilla izquierda, ya que siempre dormía hacia el lado derecho. Me puse las zapatillas y le serví su cuenco con un poco de comida para gatos. Me pareció verle hacer un gesto de desaprobación, así que le eché pescado crudo en vez de esa comida; la verdad nunca me había preguntado a qué sabía. Siempre he tenido la curiosidad de saberlo.
Cogí un poco de comida para gatos y la probé… ¡Puaj! ¡Estaba asquerosa! Ahora comprendo por qué casi todos los gatos de barrio (que tienen dueños) están en los huesos, es porque no le gusta la comida en lata ni en sobre, no la soportan.
Mi desayuno era el típico “desayuno americano”: Huevos fritos o revueltos, salchichas y una chapata medio tostada. Recuerdo cuando mi padre siempre me compraba pan y lo hacíamos en casa, aquel pan calentito cuyo sabor se desprende en la boca, aquel pan que siempre tostaba más de la cuenta, aquel al que le tenía que quitar con un cuchillo las partes negras que estaban quemadas.
Mi universidad estaba cerca de mi casa, se tardaba diez minutos andando. Dudé un poco si ir o no este día porque lo que había pasado… Mis padres y mi abuelo… No me sentí capaz al principio pero luego algo me hizo cambiar de opinión.
Me encaminaba a la universidad cuando alguien me detuvo. Volví la cara hacia la derecha, era mi compañero de clase, era como un hermano para mí.
- ¡Hola!
- Hola- respondí sin mucho ánimo
- ¿Te pasa algo?- dudé un poco sobre si contarle o no el día de ayer, pero cuando me decidí a hacerlo me dije a mi misma que aquello no era una buena opción.
- No, es solo que no he dormido esta noche.
- ¿Y eso?- otra vez ese sentimiento de “cuéntaselo/ no se lo cuentes”. Me decidí por la segunda opción. Intenté inventarme una excusa
- El bebé de la vecina no ha parado de llorar en toda la noche.
- Pobre. Te comprendo- a lo que comprendía era a mi excusa no a mi. No sabía lo que en realidad me había pasado.- Bueno, ahora si eso te duermes un poco en clase de Filosofía.- cuando dijo esa frase por un momento me olvidé de lo que había pasado, pero no lo suficiente, así que sólo esbocé una sonrisa.
- Es verdad, el Señor Peterson es tan aburrido que cualquiera se duerme.
- Te veo después. Adiós
- Adiós- digo en un murmuro que no se escucha.
Llego a clase, lo primero que hago hoy y siempre es saludar de mala gana al que siempre me espera en la puerta para que pase bajo su brazo. Rubio, ojos verdes, cuerpo musculoso, capitán de boxeo… Ideal para cualquier animadora, pero no para mí.
- Hola, guapa
- Deja de llamarme así Brad, no soy tu novia
- Pero pronto lo serás- me guiña un ojo. Aparto la mirada y sin darme cuenta una lágrima cae por mi mejilla. Él enseguida se da cuenta.- ¿Ocurre algo, preciosa?- Su tono parece por una vez sincero y abierto a escuchar, pero no me fío, es popular y seguro que se lo acaba diciendo a los demás, no, paso de las confianzas. Paso de que todo el mundo se entere de lo que me pasa y se preocupen por mí. Quiero que todo siga como es ahora.
- Nada
- Ven aquí- En ese mismo instante me abraza y siento su corazón latiendo como si fuera un metrónomo. Podría tocar el piano con su corazón como guía. Me quedo fría, inmóvil, sin hacer nada, ya que el último abrazo que recibí me lo dio mi abuelo, ahora muerto. Muerto. Esa es la palabra que buscaba para definir como me siento en este momento. Sin embargo de que Brad se esfuerza un poco para hacerme sentir mejor y lo consigue.- ¿Mejor?- dice él todavía abrazándome.
Asiento y el me suelta de su cálido abrazo. Nunca había sido tan sincero conmigo, nunca, siempre estaba de cachondeo con sus amigos cuando habla de mí, hoy ha sido el único día que me ha convencido de que puedo contar con el.
- Gracias- Le digo, nada más. No quiero ponerme romántica ni simpática con el. No estoy de ánimo para eso.
Me dirijo a mi banca, donde me espera la presumida y súper pija de Sonia. Es la hermana de Brad, aunque, por lo que acaba de pasar no se parecen en nada. Ella: Siempre intentando fastidiarme. Él: Persona en la que probablemente confíe si sigue así.
Sonia seguramente habrá visto lo que ha pasado entre su hermano y yo, pronto me interrogará.
- ¿Te gusta mi hermano?
- No, ¿por qué lo dices?
- Venga ya, no soy tonta.
- Pues parece que si.
- ¿Quién te crees que eres para hablarme así?
- Soy distinta a ti. Con eso me basta. – ya se acabó de ir escondiéndose de la gente. Ya se acabó. No puedo aguantar más, Algún día había que salir de ese caparazón que me tiene atrapada, aquel que defino como “miedo a lo que digan de mí”. Ella, cegada por la rabia me da un empujón. Me caigo al suelo mientras los demás gritan: “¡Pelea!”. Es lo que esperan, pero yo no pienso obedecer sus órdenes, no soy un muñeco sin sentimientos.
Me levanto del suelo. Recibo otro empujón pero esta vez no caigo. Me voy. No aguanto ni un segundo más, además estoy a punto de llorar, no quiero que los demás crean que soy una chica débil. Por ahora no. No quiero que Brad se preocupe por mí. Él sale corriendo detrás de mí y me agarra por el brazo. Enseguida lo aparto.
Me dirijo a mi casa, concretamente a mi cuarto. Me tumbo en la cama, todavía con ese olor de “dormilona” que me identificaba cuando era pequeña. Mi refugio, mi cuartel, mi sitio donde me escondo cuando tengo miedo o estoy “de bajona”, mi cuarto. Y espero a que allí “el peligro pase”. Peligro que en realidad no es ninguno, es solo la tristeza que me invade al recordar que vi morir a mi abuelo delante de mí y también vi como mi madre era maltratada por mi padre.
El Sr. Miau viene a consolarme enseguida. Acaricio su lomo pardo mientras el ronronea.
Me decido conectar a Facebook para ver si tengo algún mensaje, mensaje que borraré, no quiero sufrir más. Cuando inicio mi sesión lo único que tengo es una petición de amistad de Brad. Siempre he rechazado sus peticiones… Pobre, ni siquiera le he dado una mísera oportunidad; esta vez, sin dudarlo, la acepto.
De repente tengo una conversación abierta en el chat. Es él. Empieza con un “¿Cómo te encuentras?”. No sé que responder. La verdad es que me encuentro más bien mal pero no quiero que se preocupe demasiado por mí, que no sea sobre protector. Dudo un poco si contestar o no. Respondo. “Mal”. El me salta con un “¿por qué?”, yo le contesto: “cosas de la vida, no lo entiendes” y la verdad, espero que nunca lo entienda, no quiero profundizar lazos de amistad ni de amor con nadie.
Parece que el quiere que se lo cuente pero yo no quiero. Insiste. Hasta que le cuento una mentira que lo tranquiliza. Le digo que todo es por el numerito que su hermana ha montado. Él me dice que no me preocupe, que todo saldrá bien, que ella siempre es así… Todas las cosas que me dice son similares, pero aún así hay algo que sí me sirve para aplicarlo a la realidad de la cual quiero huir: “Tienes que enfrentarte a tus miedos para seguir adelante”. Esas palabras me hicieron reflexionar bastante. Jamás pensé que fuera capaz de decirme eso, al menos no a mí.
Me tumbo en la cama de nuevo, esta vez con mi portátil. Sigo hablando con Brad. Hasta que me quedo dormida. Lo único que recuerdo es que me dijo “cuídate” antes de desconectarse.
Los bigotes del Sr. Miau me despiertan. No puede ser, me he dormido y no he ido a la universidad… Da igual, de todas maneras tampoco iba a hacer mucho allí.
Me dirijo al baño. Sé que he estado llorando, el maquillaje me delata; odio ser tan débil, odio intentar aparentar siempre que soy una chica fuerte cuando en realidad me derrumbo por nada. Me limpio la cara con un paño húmedo.
Alguien llama a la puerta, seguro que es mi amigo. Abro, para mi sorpresa es Brad.
- Hola, ¿puedo pasar?
- Si, claro- La puerta se cierra detrás de nosotros. Oigo el leve portazo que doy, aunque parece que él no se ha dado cuenta.
- ¿Qué tal estas?
- ¿Por qué has venido?- Parece que esa pregunta le sorprende un poco, se sonroja y aparta la mirada.
- Anoche cuando me despedí no me respondiste, y estaba un poco preocupado.
- No tenías por qué.
- Lo estaba, siento si me molesto, si quieres me voy.
- No hace falta…- cambio de tema e intento ser un poco más amable- ¿Quieres beber algo?
- ¿Tienes cola-loca? – sé que se refiere a la coca-cola, es una broma que hace siempre que una chica le gusta de... ¿Cómo? Espera… ¿Le gusto de verdad?
- Si, claro- Respondo tartamudeando al enterarme de la noticia.
- ¿Ocurre algo?
- No es nada, enseguida vuelvo.
Afortunadamente voy a la cocina mientras que una sonrisa dibuja mi rostro. Le gusto, siempre que hace esa broma es porque alguien le gusta de verdad. Pensaba hasta ahora que era una broma. Espera. ¿Y si solamente quiere ser amable conmigo y para que yo esté alegre me ha hecho esa broma? La sonrisa de niña tonta y enamorada desaparece. El Sr. Miau me dice que es hora de preparar las bebidas. Asiento.
Voy hacia el salón, veo que Brad ahora está sentado. Llevo su coca-cola en la mano izquierda y en la mano derecha un vaso. Lo pongo levemente sobre la mesita central de la sala. Le empiezo a servir la coca-cola cuando el me detiene y me dice que ya lo hace él. Se termina de servir la cola y me ofrece. Niego con la cabeza y él comienza a beber hasta que se acaba el líquido que contenía el vaso.
- Verás, yo… - comienza. Seguramente será un “no te quiero”, “no te defenderé”, “quiero que sepas que no eres mi amiga”, “sólo estaba jugando contigo”, etcétera.
Me confundo. Y veo que no he acertado, que no siempre acierto, me he equivocado. No puedo reaccionar, sus palabras me han dejado helada. Ha pronunciado las palabras mágicas que derriten a cualquier chica: “Te quiero”
Corro a sus brazos, pero algo me detiene… Su móvil vibra, alguien le llama. Me dice que espere un segundo y yo lo hago. Sirvo el resto de la coca-cola y me lo bebo. Antes de que se dé la vuelta para ver cómo estoy, me voy a mi cuarto, tengo ganas de gritar, de decirle al mundo lo que siento, pero antes de hacer nada bajo las escaleras apresuradamente y me encuentro de nuevo con él. Le doy un abrazo. Abrazo el cual refleja confianza, amor, amistad… Eso es lo que desprende su calor.
Veo como sus labios se acercan a los míos y no me lo puedo creer, mi primer beso de verdad… Esto es como en las películas… Pero, cuando estoy a punto de corresponder me besa la nariz, se sonroja apartándose y sonríe. Sonrío a su vez.
Invitado
Re: FANFIC : Memorias
De un escritor amateur a otro te doy mis felicitaciones, esta bien narrado y escrito, quizás no sea mi temática de lectura preferida pero eso no quita el hecho de que es un buen trabajo, continua asi.
Karasu Kolkrabe
Edad PJ :
19
Edad User :
29
Digienergia :
886
Programas Terminal de Batalla :
- Funciones Básicas
Objetos/Armas :
-Digivice D-Scan
Re: FANFIC : Memorias
Han pasado varios días desde que Brad y yo empezamos a salir, y parece que mi amigo Will se alegra. Espero que todo le vaya bien porque normalmente hace mucho tiempo que no hablo con él. Ahora me suelo juntar más con los amigos de Brad. Conozco a casi todo el mundo pero las relaciones sociales no son lo mío: hablo poco y callo demasiado.
Suelo ir a la casa de Brad a menudo, es amplia, tiene vistas a un frondoso bosque de pinos y otros árboles; su jardín, el cual en el centro tiene un sauce, es enorme. En el sauce hay una hamaca donde pasamos todas las tardes de brisas frescas contándonos nuestras vidas. La única familia de él que vive por aquí (en la misma casa quiero decir) es su hermana Sonia, la misma con la que tuve aquel incidente.
Ahora mismo estoy con él en la cocina haciendo la comida, el Sr. Miau se ha quedado en casa: Brad tiene un perro, se llama Blacky, su nombre viene dado debido a su pelaje, es un labrador negro como el azabache y sus ojos son negros también. Siempre salta de alegría cuando me ve, aunque también tuvimos algún que otro incidente…
Era final de curso y todos íbamos a ver nuestras notas. Brad se llevó a su perro y yo al Sr. Miau. Cuando se encontraron Blacky empezó a ladrar y el Sr. Miau se escondió detrás de mí; cuando vi al perro de Brad próximo a mí me quedé paralizada, con miedo. Lo primero que los perros huelen es el miedo y los sudores por su causa así que me mordió la pierna izquierda. Me acuerdo que me dolía una barbaridad y que gracias a eso Brad y yo nos conocimos. Empezamos a hablar y yo le dije que estaba bien, porque es lo que intento aparentar siempre pero cuando empecé a andar no podía. Es más, Brad tuvo que llevarme en coche hasta el hospital para que me cosieran unos puntos de sutura. Lo pasé muy mal en el hospital, me quedé allí tres semanas sin moverme; solo recuerdo que cuando me despertaba había un ramo de azucenas y margaritas en un jarrón de aquella habitación blanca.
Días después vi a Brad colocar aquel ramo en mi habitación, luego estuvo pidiéndome disculpas y similares por el accidente, que desde entonces me protegería. Yo no le creía, nunca le he creído hasta hace unos días, que fue cuando empezamos a salir. Es la primera persona en la que he confiado desde mi infancia; digo desde la infancia porque para mí, en ésta, todos eran amigos… Amigos que, algunos de ellos, me traicionaron y me insultaron y, sobre todo, me hicieron daño durante bastante tiempo.
Prefiero no hablar de eso, me entran ganas de llorar y se me nota porque mis lágrimas casi saltan, pero no lo haré.
Suena mi teléfono móvil, es papá, su tono es alarmante. Sin dudarlo un segundo me dirijo a casa de mis padres, donde me encuentro a mi padre presa del pánico junto a mi madre, que yace pálida y sin mover un músculo. Oh, no… Otra muerte no, por favor.
- ¿Qué ha pasado? – digo preocupada
- No lo sé
- ¿Cómo que no lo sabes? – insisto, esta vez mi tonalidad se convierte en un grito
- ¡¡No lo sé!! – mi padre, preso de la rabia me intenta dar un puñetazo y yo no consigo esquivarlo, me da en el pómulo derecho.
- Lo has hecho tú… - digo pensativa, esta vez no es una respuesta, es una afirmación. – Lo has hecho tú… - continúo diciendo hasta que al final salen otras palabras de mi boca - ¿Por qué?
Mi padre no responde, se limita a acercarse a mí. Con odio en su mirada y respiración acelerada le pido que se calme. Nada, todo lo que obtengo es que aumente esa rabia. Sé que el hecho de perder a su esposa y el que yo lo sepa es el motivo de que me mire a mí.
Tengo que pensar rápido, no me queda mucho tiempo, mi padre ha perdido la cabeza.
Subo escaleras arriba apresuradamente y me meto en donde solía esconderme de pequeña cuando invitaba a “mis amigas” a jugar al pillar, un sitio en el que nunca me encontraría: el altillo de mi cuarto antiguo. Por suerte aún no lo han quitado. Ahora, como soy más alta, alcanzo fácilmente a la cuerda de la que hay que tirar para que bajen esas escaleras que dan hacia un lugar que me servirá de ayuda.
Cuando estoy dentro oigo los pasos de mi padre retumbando en mi cabeza, sin alguna razón lloro. Como si no hubiera mañana; siento que me ahogo, me despojo de mis sentimientos, es entonces cuando oigo algo extraño, es un sonido que no me recuerda a nada y, de repente, caigo en la cuenta: tiene una escopeta.
Recuerdo cómo nos divertíamos mi padre y yo yendo de caza aunque a mi no me gustaran los animales muertos, pues era muy compasiva, yo iba para hacerle compañía. Aún me acuerdo de aquella vez en la que yo estaba preparando la comida cuando observe un ciervo pasar; pasó justo al lado mía y yo, como tendría doce años, lo primero que pensé fue: “Es Bambi”. En mi cara se podía ver una muestra de lo que es la felicidad absoluta. Nunca se me olvidará que “Bambi” me puso esa carita para que le diera un poco de sándwich para calmar su hambre. “Ven, cógelo”, seguidamente, cuando estaba a punto de cogerlo, vino mi padre con la escopeta y me dijo apuntando a “Bambi”: “No te muevas”. No me dio tiempo a reaccionar para saber que lo iba a matar. Cuando lo hizo ya era demasiado tarde y solo pude lamentarme.
Ahora mismo me siento como ese cervatillo, indefensa y vulnerable.
Intento escapar como sea, soy presa del pánico y una presa de mi propio padre… Cojo mi móvil y me dispongo a llamar a la policía para pedir ayuda. ¡Mierda! Olvidé que en el altillo de mi habitación no hay cobertura… Joder, estoy perdida. Voy a morir, en mi casa, a manos de mi padre… Estoy hecha ahora mismo una pelota puesto que he crecido ya no me caben las piernas… Se acabó, es el fin…
Lloro amargamente, no se me ocurre otra cosa que hacer que llorar.
Intento dormir para que sea una “muerte dulce” pero las lágrimas y el temor me lo impiden. Sólo pido una última cosa: que sea rápido. No quiero sentir nada, no quiero vivir si me disparan para lamentarme y morir lentamente, aunque sé que eso no está en mi mano, sino en la del asesino.
Oigo la puerta. ¿Se habrá marchado? Imposible, mi padre nunca deja que los cervatillos queden en libertad. Oigo como me llaman por mi apellido precedido por la palabra “señorita”, lo oigo con toda claridad, es mi salvación: la policía ha venido. Algún vecino debe de haber oído nuestra discusión, porque pegamos verdaderos alaridos.
- ¡Policía!- grito con todas mis fuerzas, aunque eso signifique mi muerte quiero que encierren a mi padre en la cárcel por doble asesinato- ¡Policía! – exclamo otra vez
¡Pam! Un arma se ha disparado… Sé que es la de mi padre; veo como mi pecho sangra lentamente.
¡Pam! ¿Otra arma? Me pregunto… No, no puede ser… Me encontraron, la policía me encontró, pero a me daba por muerta.
Lo último que recuerdo es una voz lejana diciéndome que no cerrara los ojos mientras me llevaban a la ambulancia, pero era inútil, ya había muerto.
Despierto. No sé muy bien cuantos días han pasado, lo único que veo son tubos y más tubos saliendo de mi cuerpo; tubos que se conectan en una máquina central sin la cual no estaría viva.
Tengo la leve sensación de que hay alguien a mi lado, algo me lo dice. Miro a mi derecha, es Brad. Cielos, se habrá enterado de todo lo ocurrido. Veo como él me sujeta la mano derecha entre las dos suyas. Está llorando; de vez en cuando me besa la mano y repite que no le abandone.
No puedo hablar pero juro que cuando lo haga le diré que nunca fue mi intención hacerlo. Cierro los ojos de nuevo y una lágrima cae por mi mejilla. Brad para de sollozar, y me limpia con una de sus manos aquella lágrima que no se a cuento de qué viene. A continuación, Brad me toca la cara, repasa todas y cada una de las facciones que la forman. Me besa la frente, su beso transmite todo el calor que necesito; ahora, tras eso, me besa la nariz y baja por mi mejilla para finalizar en un beso romántico y profundo en mis labios. Desearía responder, pero no puedo moverme.
Llega el doctor, lo oigo. Mantienen una conversación de la cual no soy consciente. Solamente puedo oír la lejanía de sus voces. Lo único que soy capaz de distinguir es lo que dice el doctor.
- Se pondrá bien
Eso lo dicen todos. ¿Quién puede asegurarme que no voy a estar en una silla de ruedas o en coma toda mi vida?
En ese mismo instante, me voy recuperando, aunque poco a poco… Muy poco a poco. Mi pulso sanguíneo aumenta, puedo escuchar el pitido de la máquina, ahora no está casi apagado y pita más a menudo. Abro los ojos, el médico y todos los de la sala, incluido Brad, me miran incrédulos. Me quito los tubos y me incorporo lentamente. Sin fuerzas unas palabras salen de mi boca, palabras que no son sobre mi pero que aun así las escupo, sin discreción. No tienen sentido, pero no me da tiempo a reaccionar para corregirme.
- ¿Dónde están mis padres?- pregunto. La nota de preocupación y de agobio es clara en mi tono de voz
Nadie responde, simplemente no sé si el hecho de que haya preguntado por ellos antes que por mí misma les ha dejado desconcertados.
Todos me miran con pena en sus ojos. Quiero saber dónde están mis padres… Ya sé lo que pasa, están muertos…
Intento quitarme la idea de la cabeza pero veo que nadie cambia ni cambiará la expresión de su rostro para fingir algo que solamente yo quiero.
- No…- digo ahogándome en un mar de lágrimas intenso
- Lo siento mucho.- Me dice Brad, pero la verdad es que no sabe nada, sus padres no han muerto, su abuelo tampoco, pero mis familiares más queridos sí.
Lloro, lloro con ganas… Respiro entrecortadamente… Todos muertos. En este momento me quiero morir, no veo otra escapatoria pero pienso en a quién tengo… Brad. Ese nombre estalla en mi mente, sus ojos, su cálida piel, su sonrisa, el daño que le haría. No puedo hacerlo, al menos por él. Otro pensamiento interrumpe en mi mente: Will. ¿Qué sería de él sin mí? No puedo imaginármelo. Yo fui su primera amiga, la que le tendió la mano.
En un cambio de clase, estaba él metido en su mundo, como era de costumbre. Los matones del colegio le cogieron por las extremidades y lo intentaron meter en un cubo de basura. Me levanté de mi banca enfurecida y entonces pasó.
- ¡Vosotros! ¡Dejadle en paz! ¡No os ha hecho nada!
- ¡Oh! ¿Pero a quien tenemos aquí? Mira, vienen a defenderte Will.
- ¡Dejadme!- le oí decir a Will entre sus intentos de liberarse.
- ¡Dejadle! ¡U os las tendréis que ver conmigo!
- Por favor, no me hagas reír. ¿Qué nos vas a hacer?
Por suerte, mi padre me había apuntado a clases de boxeo hace cuatro años, me acuerdo de lo básico, que era en ese momento lo esencial para que dejasen en paz a Will. Les di una buena y, aunque no quisiera, a uno de ellos le deje la nariz sangrando.
Todavía recuerdo cuando la directora vino y nadie supo que decir por miedo. Los matones tampoco, porque una “dama” nunca haría eso.
Desde entonces y así conocí a Will: Un chico con los ojos pardos, pelo castaño oscuro y tez normal al que no le importaban lo que pensaran los demás.
Ahora estoy pensando en él, en este momento me pregunto si estará bien. Me recalco en esa última frase y me pregunto a mí misma… ¿Estoy bien? Físicamente sí. No tengo ni un rasguño, ni marcas, ni cicatrices. Mi pelo está recogido en una trenza y veo con mis dos ojos marrones claros. Así que, sí, estoy bien.
¿Y psicológicamente?, ¿estoy bien? He perdido a todos mis familiares. No, obviamente no estoy bien. Necesito que alguien me diga para qué sigo luchando en esta vida. ¿Qué es lo que me puede pasar que sea mejor? ¿Qué hay que merezca tanto la pena para perder a familiares sin motivos?
Me dan el alta. Lo primero que hago es ir a mi casa, visitar al Sr. Miau y prepararme para llamar a Will.
Le llamo.
- Buenas tardes, ¿está Will?
- Sí, soy yo. Hola Arianne. ¿Qué es lo que quieres? Ya casi nunca me llamas- Parece desolado, tal vez enojado pero sé que si me disculpo lo arreglaré.
- ¿Tu casa está libre hoy?
- Si…
- Voy para allá, en diez minutos como mucho estaré allí.
Me pongo lo primero que veo en el armario. Cojo una sudadera, tengo frío y es otoño… Y parece que fue ayer cuando empezó el curso…
Llamo a la puerta de Will. Me abre él mismo.
- Pasa
Entro y me encuentro con un amplio salón con una mesa central y unas sillas dispuestas a su alrededor.
- ¿Qué quieres?
- Pues…- me quedo maravillada del lujo de su casa, es mucho más grande que la mía y, básicamente, está más decorada. Tiene fotos por todos los lados
- ¿Arianne?
- Oh, perdona Will.
- No importa. ¿Quieres tomar algo?
- Quiero un zumo de naranja, por favor. – digo tímida
- Voy a por él
Su casa está decorada a lo moderno. Cuando él llega me encuentra fijándome en una imagen; a simple vista no se puede distinguir si es un dibujo o una foto del Partenón.
- Es un dibujo- responde él algo incómodo
- Es muy bonito, está muy bien hecho. ¿Quién es el autor?
- Yo… - Responde en voz baja
- No sabía que pudieras dibujar tan bien – aunque eso sonó un poco borde, creo que lo entendió
Veo que Will ahora deja mi zumo en la mesa y me tiende la mano.
- Ven, quiero enseñarte algo
Asiento.
Vamos a su habitación. Me cuenta que es su sala de creación y que es donde se desarrolla la magia. Esto causa en mí una pequeña risa, no burlona si no feliz.
Me enseña sus bocetos, lo dibujos mal hechos, con color, sin color… Todos. Cuando bajamos suena el timbre, ¿quién será?
- Ya abro yo – me dice él guiñándome un ojo
- Ok
No, no puede ser… Brad.
Suelo ir a la casa de Brad a menudo, es amplia, tiene vistas a un frondoso bosque de pinos y otros árboles; su jardín, el cual en el centro tiene un sauce, es enorme. En el sauce hay una hamaca donde pasamos todas las tardes de brisas frescas contándonos nuestras vidas. La única familia de él que vive por aquí (en la misma casa quiero decir) es su hermana Sonia, la misma con la que tuve aquel incidente.
Ahora mismo estoy con él en la cocina haciendo la comida, el Sr. Miau se ha quedado en casa: Brad tiene un perro, se llama Blacky, su nombre viene dado debido a su pelaje, es un labrador negro como el azabache y sus ojos son negros también. Siempre salta de alegría cuando me ve, aunque también tuvimos algún que otro incidente…
Era final de curso y todos íbamos a ver nuestras notas. Brad se llevó a su perro y yo al Sr. Miau. Cuando se encontraron Blacky empezó a ladrar y el Sr. Miau se escondió detrás de mí; cuando vi al perro de Brad próximo a mí me quedé paralizada, con miedo. Lo primero que los perros huelen es el miedo y los sudores por su causa así que me mordió la pierna izquierda. Me acuerdo que me dolía una barbaridad y que gracias a eso Brad y yo nos conocimos. Empezamos a hablar y yo le dije que estaba bien, porque es lo que intento aparentar siempre pero cuando empecé a andar no podía. Es más, Brad tuvo que llevarme en coche hasta el hospital para que me cosieran unos puntos de sutura. Lo pasé muy mal en el hospital, me quedé allí tres semanas sin moverme; solo recuerdo que cuando me despertaba había un ramo de azucenas y margaritas en un jarrón de aquella habitación blanca.
Días después vi a Brad colocar aquel ramo en mi habitación, luego estuvo pidiéndome disculpas y similares por el accidente, que desde entonces me protegería. Yo no le creía, nunca le he creído hasta hace unos días, que fue cuando empezamos a salir. Es la primera persona en la que he confiado desde mi infancia; digo desde la infancia porque para mí, en ésta, todos eran amigos… Amigos que, algunos de ellos, me traicionaron y me insultaron y, sobre todo, me hicieron daño durante bastante tiempo.
Prefiero no hablar de eso, me entran ganas de llorar y se me nota porque mis lágrimas casi saltan, pero no lo haré.
Suena mi teléfono móvil, es papá, su tono es alarmante. Sin dudarlo un segundo me dirijo a casa de mis padres, donde me encuentro a mi padre presa del pánico junto a mi madre, que yace pálida y sin mover un músculo. Oh, no… Otra muerte no, por favor.
- ¿Qué ha pasado? – digo preocupada
- No lo sé
- ¿Cómo que no lo sabes? – insisto, esta vez mi tonalidad se convierte en un grito
- ¡¡No lo sé!! – mi padre, preso de la rabia me intenta dar un puñetazo y yo no consigo esquivarlo, me da en el pómulo derecho.
- Lo has hecho tú… - digo pensativa, esta vez no es una respuesta, es una afirmación. – Lo has hecho tú… - continúo diciendo hasta que al final salen otras palabras de mi boca - ¿Por qué?
Mi padre no responde, se limita a acercarse a mí. Con odio en su mirada y respiración acelerada le pido que se calme. Nada, todo lo que obtengo es que aumente esa rabia. Sé que el hecho de perder a su esposa y el que yo lo sepa es el motivo de que me mire a mí.
Tengo que pensar rápido, no me queda mucho tiempo, mi padre ha perdido la cabeza.
Subo escaleras arriba apresuradamente y me meto en donde solía esconderme de pequeña cuando invitaba a “mis amigas” a jugar al pillar, un sitio en el que nunca me encontraría: el altillo de mi cuarto antiguo. Por suerte aún no lo han quitado. Ahora, como soy más alta, alcanzo fácilmente a la cuerda de la que hay que tirar para que bajen esas escaleras que dan hacia un lugar que me servirá de ayuda.
Cuando estoy dentro oigo los pasos de mi padre retumbando en mi cabeza, sin alguna razón lloro. Como si no hubiera mañana; siento que me ahogo, me despojo de mis sentimientos, es entonces cuando oigo algo extraño, es un sonido que no me recuerda a nada y, de repente, caigo en la cuenta: tiene una escopeta.
Recuerdo cómo nos divertíamos mi padre y yo yendo de caza aunque a mi no me gustaran los animales muertos, pues era muy compasiva, yo iba para hacerle compañía. Aún me acuerdo de aquella vez en la que yo estaba preparando la comida cuando observe un ciervo pasar; pasó justo al lado mía y yo, como tendría doce años, lo primero que pensé fue: “Es Bambi”. En mi cara se podía ver una muestra de lo que es la felicidad absoluta. Nunca se me olvidará que “Bambi” me puso esa carita para que le diera un poco de sándwich para calmar su hambre. “Ven, cógelo”, seguidamente, cuando estaba a punto de cogerlo, vino mi padre con la escopeta y me dijo apuntando a “Bambi”: “No te muevas”. No me dio tiempo a reaccionar para saber que lo iba a matar. Cuando lo hizo ya era demasiado tarde y solo pude lamentarme.
Ahora mismo me siento como ese cervatillo, indefensa y vulnerable.
Intento escapar como sea, soy presa del pánico y una presa de mi propio padre… Cojo mi móvil y me dispongo a llamar a la policía para pedir ayuda. ¡Mierda! Olvidé que en el altillo de mi habitación no hay cobertura… Joder, estoy perdida. Voy a morir, en mi casa, a manos de mi padre… Estoy hecha ahora mismo una pelota puesto que he crecido ya no me caben las piernas… Se acabó, es el fin…
Lloro amargamente, no se me ocurre otra cosa que hacer que llorar.
Intento dormir para que sea una “muerte dulce” pero las lágrimas y el temor me lo impiden. Sólo pido una última cosa: que sea rápido. No quiero sentir nada, no quiero vivir si me disparan para lamentarme y morir lentamente, aunque sé que eso no está en mi mano, sino en la del asesino.
Oigo la puerta. ¿Se habrá marchado? Imposible, mi padre nunca deja que los cervatillos queden en libertad. Oigo como me llaman por mi apellido precedido por la palabra “señorita”, lo oigo con toda claridad, es mi salvación: la policía ha venido. Algún vecino debe de haber oído nuestra discusión, porque pegamos verdaderos alaridos.
- ¡Policía!- grito con todas mis fuerzas, aunque eso signifique mi muerte quiero que encierren a mi padre en la cárcel por doble asesinato- ¡Policía! – exclamo otra vez
¡Pam! Un arma se ha disparado… Sé que es la de mi padre; veo como mi pecho sangra lentamente.
¡Pam! ¿Otra arma? Me pregunto… No, no puede ser… Me encontraron, la policía me encontró, pero a me daba por muerta.
Lo último que recuerdo es una voz lejana diciéndome que no cerrara los ojos mientras me llevaban a la ambulancia, pero era inútil, ya había muerto.
Despierto. No sé muy bien cuantos días han pasado, lo único que veo son tubos y más tubos saliendo de mi cuerpo; tubos que se conectan en una máquina central sin la cual no estaría viva.
Tengo la leve sensación de que hay alguien a mi lado, algo me lo dice. Miro a mi derecha, es Brad. Cielos, se habrá enterado de todo lo ocurrido. Veo como él me sujeta la mano derecha entre las dos suyas. Está llorando; de vez en cuando me besa la mano y repite que no le abandone.
No puedo hablar pero juro que cuando lo haga le diré que nunca fue mi intención hacerlo. Cierro los ojos de nuevo y una lágrima cae por mi mejilla. Brad para de sollozar, y me limpia con una de sus manos aquella lágrima que no se a cuento de qué viene. A continuación, Brad me toca la cara, repasa todas y cada una de las facciones que la forman. Me besa la frente, su beso transmite todo el calor que necesito; ahora, tras eso, me besa la nariz y baja por mi mejilla para finalizar en un beso romántico y profundo en mis labios. Desearía responder, pero no puedo moverme.
Llega el doctor, lo oigo. Mantienen una conversación de la cual no soy consciente. Solamente puedo oír la lejanía de sus voces. Lo único que soy capaz de distinguir es lo que dice el doctor.
- Se pondrá bien
Eso lo dicen todos. ¿Quién puede asegurarme que no voy a estar en una silla de ruedas o en coma toda mi vida?
En ese mismo instante, me voy recuperando, aunque poco a poco… Muy poco a poco. Mi pulso sanguíneo aumenta, puedo escuchar el pitido de la máquina, ahora no está casi apagado y pita más a menudo. Abro los ojos, el médico y todos los de la sala, incluido Brad, me miran incrédulos. Me quito los tubos y me incorporo lentamente. Sin fuerzas unas palabras salen de mi boca, palabras que no son sobre mi pero que aun así las escupo, sin discreción. No tienen sentido, pero no me da tiempo a reaccionar para corregirme.
- ¿Dónde están mis padres?- pregunto. La nota de preocupación y de agobio es clara en mi tono de voz
Nadie responde, simplemente no sé si el hecho de que haya preguntado por ellos antes que por mí misma les ha dejado desconcertados.
Todos me miran con pena en sus ojos. Quiero saber dónde están mis padres… Ya sé lo que pasa, están muertos…
Intento quitarme la idea de la cabeza pero veo que nadie cambia ni cambiará la expresión de su rostro para fingir algo que solamente yo quiero.
- No…- digo ahogándome en un mar de lágrimas intenso
- Lo siento mucho.- Me dice Brad, pero la verdad es que no sabe nada, sus padres no han muerto, su abuelo tampoco, pero mis familiares más queridos sí.
Lloro, lloro con ganas… Respiro entrecortadamente… Todos muertos. En este momento me quiero morir, no veo otra escapatoria pero pienso en a quién tengo… Brad. Ese nombre estalla en mi mente, sus ojos, su cálida piel, su sonrisa, el daño que le haría. No puedo hacerlo, al menos por él. Otro pensamiento interrumpe en mi mente: Will. ¿Qué sería de él sin mí? No puedo imaginármelo. Yo fui su primera amiga, la que le tendió la mano.
En un cambio de clase, estaba él metido en su mundo, como era de costumbre. Los matones del colegio le cogieron por las extremidades y lo intentaron meter en un cubo de basura. Me levanté de mi banca enfurecida y entonces pasó.
- ¡Vosotros! ¡Dejadle en paz! ¡No os ha hecho nada!
- ¡Oh! ¿Pero a quien tenemos aquí? Mira, vienen a defenderte Will.
- ¡Dejadme!- le oí decir a Will entre sus intentos de liberarse.
- ¡Dejadle! ¡U os las tendréis que ver conmigo!
- Por favor, no me hagas reír. ¿Qué nos vas a hacer?
Por suerte, mi padre me había apuntado a clases de boxeo hace cuatro años, me acuerdo de lo básico, que era en ese momento lo esencial para que dejasen en paz a Will. Les di una buena y, aunque no quisiera, a uno de ellos le deje la nariz sangrando.
Todavía recuerdo cuando la directora vino y nadie supo que decir por miedo. Los matones tampoco, porque una “dama” nunca haría eso.
Desde entonces y así conocí a Will: Un chico con los ojos pardos, pelo castaño oscuro y tez normal al que no le importaban lo que pensaran los demás.
Ahora estoy pensando en él, en este momento me pregunto si estará bien. Me recalco en esa última frase y me pregunto a mí misma… ¿Estoy bien? Físicamente sí. No tengo ni un rasguño, ni marcas, ni cicatrices. Mi pelo está recogido en una trenza y veo con mis dos ojos marrones claros. Así que, sí, estoy bien.
¿Y psicológicamente?, ¿estoy bien? He perdido a todos mis familiares. No, obviamente no estoy bien. Necesito que alguien me diga para qué sigo luchando en esta vida. ¿Qué es lo que me puede pasar que sea mejor? ¿Qué hay que merezca tanto la pena para perder a familiares sin motivos?
Me dan el alta. Lo primero que hago es ir a mi casa, visitar al Sr. Miau y prepararme para llamar a Will.
Le llamo.
- Buenas tardes, ¿está Will?
- Sí, soy yo. Hola Arianne. ¿Qué es lo que quieres? Ya casi nunca me llamas- Parece desolado, tal vez enojado pero sé que si me disculpo lo arreglaré.
- ¿Tu casa está libre hoy?
- Si…
- Voy para allá, en diez minutos como mucho estaré allí.
Me pongo lo primero que veo en el armario. Cojo una sudadera, tengo frío y es otoño… Y parece que fue ayer cuando empezó el curso…
Llamo a la puerta de Will. Me abre él mismo.
- Pasa
Entro y me encuentro con un amplio salón con una mesa central y unas sillas dispuestas a su alrededor.
- ¿Qué quieres?
- Pues…- me quedo maravillada del lujo de su casa, es mucho más grande que la mía y, básicamente, está más decorada. Tiene fotos por todos los lados
- ¿Arianne?
- Oh, perdona Will.
- No importa. ¿Quieres tomar algo?
- Quiero un zumo de naranja, por favor. – digo tímida
- Voy a por él
Su casa está decorada a lo moderno. Cuando él llega me encuentra fijándome en una imagen; a simple vista no se puede distinguir si es un dibujo o una foto del Partenón.
- Es un dibujo- responde él algo incómodo
- Es muy bonito, está muy bien hecho. ¿Quién es el autor?
- Yo… - Responde en voz baja
- No sabía que pudieras dibujar tan bien – aunque eso sonó un poco borde, creo que lo entendió
Veo que Will ahora deja mi zumo en la mesa y me tiende la mano.
- Ven, quiero enseñarte algo
Asiento.
Vamos a su habitación. Me cuenta que es su sala de creación y que es donde se desarrolla la magia. Esto causa en mí una pequeña risa, no burlona si no feliz.
Me enseña sus bocetos, lo dibujos mal hechos, con color, sin color… Todos. Cuando bajamos suena el timbre, ¿quién será?
- Ya abro yo – me dice él guiñándome un ojo
- Ok
No, no puede ser… Brad.
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