Un escalón más...

Era noche avanzada. La Luna se levantaba en el cielo al igual que un talisman argénteo, e iluminaba con una capa blanca el bosque, el cual estaba desierto… o casi.

Había una muchacha, alta, delgada, y seguramente no traspasaba los veinte. Aún así, lo que más llamaba la antención de ella era su pelo, rojo como el fuego, o en este caso, sería más apropiado decir como la sangre. Vestía ropas negras, y avanzaba lenta y pesadamente por el Infrabosque. Si alguien hubiera estado cerca podria haberla escuchado reirse levemente, como si algo que solo ella sabía le hiciera gracia. O simplemente era júbilo, porque ya lo había conseguido. Al fin, había esperado tanto ese momento…

En varias ocasiones, algunos digimons, de etapa In-training, se habían puesto en su trayectoria, pero al verla, todos se encogían y se escondían entre los arbustos. Había algo en ella que no les inspiraba ninguna confianza, y sabían que si se ponían en su camino ella ni siquiera dudaría en quitarselos de en medio.

La muchacha siguió avanzando, lentamente, y aún riéndose con suavidad, por entre los árboles. La Luna iluminó por un instante sus ojos, tornándolos grises, tan claros, que parecían tener casi el mismo tono que el astro nocturno.

De repente, se detuvo. Dejó de reírse y cayó de rodillas al suelo, gimiendo por algo que le causaba dolor. Plantó las manos en el suelo. Entonces, una suave brisa la recorrió por todo el cuerpo, hasta convertirse en una fuerte ráfaga. Pronto, un tornado la comenzó a envolver por completo, tapando a la vista de todos el cuerpo de la joven. Después de eso hubo un destello, procedente del centro del tornado.

La muchacha jadeó cuando vio todo su cuerpo cambiar, empezando por las manos y pies, y terminando por la cabeza, añadiendo una nueva extremidad y dos grandes alas. Cuando el tornado desapareció, ya nada quedaba de la antigua chica. Lo que allí había era una criatura, de tez negra como la noche, repleta de finas líneas rojizas. Aquello le daba un aspecto de lava y fuego. Sus manos y pies también habían cambiado, ahora tenían más forma de garras, con uñas negras y afiladas como cuchillas. La cola era larga, terminada en una púa puntiaguda. Medía por lo menos dos metros, y poseía la peculiaridad de que de ella se desprendían como gotas rojas y negras, que al separarse de su cuerpo desaparecían en el aire. De su cabeza le salían cinco cuernos, dispuestos de forma que unidos dibujaban un pentágono. Lo único que no parecía haber cambiado era la forma de su rostro y el pelo, el cual seguía siendo rojo.

El extraño demonio se levantó del suelo lentamente y alzó la mirada, serena. Su elemento parecía moverse suavemente a su alrededor.

Viajaba por el bosque, el mismo que un tiempo atrás había visto morir a mi compañera de viaje. Estaba recostada sobre un tronco mirando al cielo. No necesitaba una hoguera, dado que había desarrollado una profunda aversión a las llamas desde que había vuelto a moverme.

El tiempo pasaba y la luna se iba desplazando sobre el firmamento. Hasta que pude notar un cambio en el aire. Dejó de soplar para luego alcanzar una potente ráfaga de viento que movió mis largos cabellos.
Miré en la dirección del viento, y observé cómo una chica de pelo rojo vestida de negro caía al suelo, y se transformaba.
Sentí una extraña presión en el rostro, una sonrisa apareció en mi inanimado rostro. No era posible que ella siguiera viva.
Terminó de evolucionar, convirtiendose en una especie de demonio. Lástima que el infierno hubiera dejado de darme miedo hacía mucho tiempo. Si era ella, el karma debia de odiarme mucho para darme su castigo de esta forma, pero no temía las consecuencias.

- Vaya, vaya ¿cómo tú por aquí, Zayn, no estabas muerta? - pregunté de manera tranquila mientras que la miraba de frente sin moverme del sitio.

El rostro de Aeirmon era una mascara de marmol… hasta ahora. Ya no era Z. La muchacha se había ido temporalmente, dando paso al digimon de viento. Sus rasgos faciales cambiaron, y una extraña sonrisa se dibujo en los labios del digimon. Para nada era una sonrisa agradable, más bien… era como si hubiera perdido todo rastro de cordura.

- Por fín… -susurró. Caminó hacia la muchacha de cabellos blancos, pisando la tierra bajo ella.- Probemos este nuevo cuerpo…

A su espalda, la larga cola se movía de lado a lado, amenazadora. La luna le arrancaba brillos plateados al metal de la púa, como si fuera un augurio de lo que sucedería a continuación.

Con un fugaz movimiento, la cola se lanzó contra la “humana”, en una única dirección hacia el pecho de esta. Tras unos segundos que parecieron eternos, la púa voló rauda, hasta que, entonces, atravesó el cuerpo de la muchacha peliblanca.

Aeirmon alzó la cola, dejando a la chica suspendida en el aire. La observó durante un momento, hasta que sus ojos adquirieron un brillo de locura. Tras eso, movió la extremidad con un movimiento seco para quitarse de encima el cuerpo.

- Asombroso… -murmuró, admirada por su nuevo poder

Me esperaba algo más épico, desde luego, morir así era bastante simple. Asesinos novatos... en fin... cosas que pasaban.
Todo el cuerpo comenzó a fallar, y pocos segundos después, ya no era más que una carcasa vacía.